
Por: Herbert McGonigle
Este artículo trata sobre cómo Jacobo Arminio y John Wesley entendieron la doctrina del pecado original. El arminianismo toma su nombre de la enseñanza del teólogo holandés Jacobo Arminio (1559-1609), a quien se le puede describir con precisión como un calvinista revisionista. Como resultado de sus distinguidos estudios en Marburgo y
Leiden y finalmente en la Academia de Ginebra bajo el sucesor de Calvino, Teodoro
Beza, Arminio fue pastor de la Iglesia Reformada de Holanda en Ámsterdam durante
quince años. Durante los seis años restantes de su vida, fue profesor de teología en la
recién establecida Universidad de Leiden.1 Captó la atención pública cuando se le pidió
que arbitrara una disputa entre calvinistas holandeses que se dividían sobre las interpretaciones supralapsarianas e infralapsarianas de la predestinación. Cualesquiera
que fueran los puntos de vista de Arminio hoy en día, queda claro que, cuando había
investigado cuidadosamente aquellas cuestiones, no podía aceptar ninguna de las dos
interpretaciones, convencido de que ambas iban más allá del calvinismo de la Confesión
Belga aceptada por la Iglesia holandesa en 1574, la cual él había firmado.2
Arminio se vio envuelto en dos controversias principales; primero con Francisco Junius y luego con Francisco Gomarus. Además, escribió una larga respuesta al alto calvinismo del teólogo de Cambridge, William Perkins, y dos largos tratados: uno sobre Romanos 7 y el otro sobre Romanos 9. Sus propias opiniones maduras quedaron expresadas de forma sucinta en su Declaración de Sentimientos que fue publicada un año antes de su muerte. En respuesta a Junius, Gomarus y Perkins, las principales cuestiones se referían a la naturaleza de la predestinación, el libre albedrío y el alcance de la expiación. Significativamente, la doctrina del pecado original nunca fue una fuente de controversia
entre Arminio y sus oponentes teológicos. El ordo salutis que desarrolló Arminio puede
ser etiquetado como “arminianismo”, en la medida en que se reconozca que no siempre corresponde con el «arminianismo» de sus sucesores en Holanda, los Remonstrantes. Aquí hay una comparación interesante con el calvinismo. Así como aquel sistema toma su nombre de los escritos de Juan Calvino, pero fue modificado de manera demostrable por Teodoro Beza y los calvinistas posteriores, las enseñanzas de Jacobo Arminio fueron modificadas por los arminianos posteriores. En la teología histórica, incluso hasta el día de hoy, es común encontrar el arminianismo retratado como la antítesis del calvinismo. En lo que respecta al «arminianismo» de Arminio, esta es una antítesis falsa; el contraste debería ser más bien entre el calvinismo y el pelagianismo, considerándose la enseñanza de Arminio como un tipo de término medio entre los dos sistemas, pero en cuestiones de libre albedrío y pecaminosidad humana, se inclinaba mucho más a Calvino que a Pelagio.
La posición de Arminio como calvinista revisionista no podría ser más clara que en su
comprensión del pecado original y la pecaminosidad humana. Al igual que Agustín,
Arminio parece haber leído literalmente la historia del Génesis y entendido que Adán
pecó contra Dios por la mediación del diablo y que su pecado se entiende correctamente como desobediencia. La consecuencia fue que Adán cayó bajo «la desaprobación e ira de Dios y se sometió a una doble muerte, mereciendo ser privado de la justicia y santidad primigenia en las que consistía una gran parte de la imagen de Dios».3 Creyendo que el calvinismo supralapsariano hizo de Dios el autor del pecado, Arminio enfatiza lo que él llama la ‘causa inmediata’ del pecado de Adán, a saber, «el mismo hombre, por su propia voluntad y sin ninguna necesidad interna o externa, transgredió la ley que se le había propuesto». Esa ley conllevaba tanto amenazas como promesas y era posible para Adán haber guardado la ley como Dios quería. No hay sentido, argumenta Arminio, en el que Dios pueda ser responsabilizado por la acción libre de Adán.
«Adán pecó libre y voluntariamente, sin ninguna necesidad, ni interna ni externa.
Adán no fracasó por decreto de Dios, ni por haber sido ordenado a caer por deserción, sino por el mero permiso de Dios que no está subordinado a ninguna
predestinación, ya sea para salvación o muerte».4
La transgresión de Adán fue el ‘pecado original’ y tuvo consecuencias nefastas. En
primer lugar, fue una ofensa contra el honor y la bondad de Dios, ya que la transgresión
de la Ley de Dios es una ofensa contra el propio Legislador. En segundo lugar, acarreó el
castigo divino; como reatus, sometió al hombre tanto a la muerte física como espiritual, y como privatio, la pérdida de la justicia y la santidad primitiva. Arminio desarrolla su
comprensión de nuestra relación con Adán de una manera muy agustiniana.
«La totalidad de este pecado, sin embargo, no es peculiar de nuestros primeros
padres, sino que es común a toda la raza humana y a toda su posteridad que, en el
momento en que se cometió este pecado, estaba en sus entrañas y que desde entonces ha descendido de ellos por el modo natural de propagación, según la
bendición primitiva: Pues en Adán ‘todos han pecado’ (Romanos 5: 12). Por lo
tanto, cualquier castigo que se haya impuesto sobre nuestros primeros padres, también ha penetrado y persigue a toda su posteridad«.5
Los ecos agustinianos son aquí muy claros. Arminio insiste en que, en su rebelión contra
Dios, Adán perdió el Espíritu que moraba en él, ‘el Espíritu de la gracia’. El pacto hecho con Adán garantizaba que todos los dones divinos conferidos a él serían transmitidos a su posteridad por la gracia que habían recibido. Del mismo modo, su desobediencia lo haría indigno de estas bendiciones, que tampoco serían conferidas a su progenie. ‘Esta fue la razón por la que todos los hombres que iban a propagarse de ellos, de forma natural, se volvieron odiosos para muerte temporal y muerte eterna, y se vieron privados de este don del Espíritu Santo o justicia original. Su castigo suele recibir la denominación de “privación de la imagen de Dios” y “pecado original”.’ Arminio se atreve a sugerir que la privación del Espíritu es en sí misma el pecado original y que de esa privación provienen todos los pecados reales.6 Arminio se niega a discutir la cuestión de si el pecado original se transmite por el alma o por el cuerpo, al igual que la cuestión del origen del alma. Sí sostiene que el pecado original debe entenderse en términos de privación, entonces es evidente que no sigue la afirmación de Agustín de que el mal se transmite por la semilla.
En cuanto al pecado real en hombres y mujeres, Arminio sostiene que todos nuestros
pecados son pecados de comisión o pecados de omisión; los primeros son una afrenta a la Ley y los segundos una afrenta a la ‘ley de la fe’, que es el evangelio de Cristo. Los
pecados se dividen en cuatro categorías: ignorancia, debilidad, maldad y negligencia. Al estilo aristotélico, Arminio analiza la causa del pecado en la experiencia humana. La causa eficiente es nuestro libre albedrío; la ‘causa interna’ es ‘la propensión original de
nuestra naturaleza hacia lo que es contrario a la ley divina, propensión que hemos
contraído de nuestros primeros padres, a través de generaciones carnales’. El objeto de todo pecado es conmutable, es decir, un hecho variable, al que nos inclinamos porque hemos abandonado ‘el Bien inmutable’.7
¿Enseñó Arminio la depravación total tal y como se ha asociado este término con el
calvinismo Independientemente de si esa es la mejor manera de describir las enseñanzas de Arminio, no hay duda alguna de que él entendía la condición caída del hombre de una manera muy similar a las enseñanzas de Calvino.8 Incluso el magistral teólogo calvinista William Cunningham, conocido por no hacer concesiones con el arminianismo, admitió la ‘ortodoxia’ de Arminio en este aspecto.
Es una impresión común, y no inexacta, que una característica principal y esencial
del sistema teológico arminiano es la negación de la depravación total del hombre y
la afirmación de su poder o capacidad natural para hacer algo, en mayor o menor
medida, que sea espiritualmente bueno y que contribuya a su liberación de la culpa
y el poder del pecado, y a su bienestar eterno… Las declaraciones del propio
Arminio, en lo que respecta a la depravación natural del hombre, en la medida en que las tenemos registradas, son completas y satisfactorias.9
El centro de este debate en la teología evangélica siempre ha estado relacionado con la
libertad de la voluntad. ¿Cuál es el estado de la voluntad humana en el hombre caído? ¿Qué medida de libre elección pertenece al no regenerado? Este había sido un argumento central en la disputa entre Agustín y los pelagianos de su época. Arminio tiene cuidado de que esta cuestión convierta las afirmaciones del libre albedrío contra el determinismo en un argumento filosófico. Más bien, centra la cuestión en el pecado y la gracia; dada la pecaminosidad universal, ¿cuál es la gracia que Dios ofrece al hombre y qué papel desempeña la voluntad en nuestra salvación? En sus Disputas, Arminio escribe que toda la humanidad está ‘bajo el dominio del pecado’ como su ‘esclava asignada’.
En este estado, el libre albedrío del hombre hacia el Bien Verdadero no solo está
herido, mutilado, enfermo, doblado y debilitado, sino que también está encarcelado,
destruido y perdido. Y sus poderes no solo están debilitados e inútiles a menos que
sean asistidos por la gracia, sino que no tiene ningún poder excepto aquellos que
son estimulados por la gracia divina.10
Esto se explica con más detalle cuando expone que la mente no regenerada es ‘oscura y
desprovista del conocimiento salvador de Dios, en la ‘perversidad de los afectos y del
corazón… [que] ama y persigue lo malo’, y la ‘absoluta debilidad de todos los poderes para realizar lo bueno o evitar lo malo’. Arminio razona que la única conclusión que la
Escritura permite con respecto a la humanidad caída es que está ‘completamente muerta en pecado’.11
Si estamos en lo cierto al suponer que el tratado de Arminio, Disertación sobre el sentido verdadero y genuino del capítulo séptimo de la Epístola a los Romanos, fue su más temprano escrito, entonces en ese momento Arminio sostenía una posición que él mismo declaraba ‘directamente opuesta a la herejía pelagiana’. Entendió que el pelagianismo enseñaba que el hombre como ser autosuficiente de sí mismo es capaz, ‘por su libre albedrío, de cumplir los preceptos de Dios, si solo se le instruye en la doctrina de la ley’. Arminio asegura que cuando se entiende correctamente Romanos 7 como descriptivo de un pecador despertado por la gracia pero aún no regenerado por ella, entonces ‘este dogma [pelagiano] no solo queda firmemente refutado, sino también arrancado de raíz y extirpado’.12 Si Arminio esperaba que sus oponentes calvinistas lo tildaran de pelagiano, no se sintió decepcionado, y en muchos pasajes de sus escritos se cuida de señalar que su comprensión del pecado y la gracia está muy lejos del pelagianismo y, podríamos añadir, mucho más cerca de la comprensión de Agustín.
En sus Ciertos Artículos que deben ser examinados y sopesados con diligencia, Arminio resume su posición sobre lo que él denominó ‘gracia y libre albedrío’. Su argumento no deja ninguna duda sobre su postura donde mantiene una reconocida y razonada oposición al pelagianismo:
En cuanto a la gracia y el libre albedrío, esto es lo que yo enseño según las Escrituras y el consenso ortodoxo: el libre albedrío es incapaz de iniciar o
perfeccionar cualquier bien verdadero y espiritual sin la gracia. Para que no se diga,
como Pelagio, que practico el engaño con respecto a la palabra ‘gracia’, me refiero a
la gracia de Cristo y a la que pertenece a la regeneración: Afirmo, por lo tanto, que
esta gracia es simple y absolutamente necesaria para la iluminación de la mente, el
verdadero orden de los afectos y la inclinación de la voluntad hacia lo que es
bueno… Esta gracia [praevenit] precede, acompaña y sigue; estimula, asiste, opera
para que queramos y coopera para que no queramos en vano… Esta gracia inicia la
salvación, la promueve, la perfecciona y la consuma. Confieso que la mente del
hombre natural y carnal es oscura y tenebrosa, que sus afectos son corruptos y
desordenados, que su voluntad es obstinada y desobediente, y que el hombre mismo
está muerto en pecado. Y añado a esto que el maestro que atribuye tanto como sea
posible a la gracia divina obtiene mi más alta aprobación, siempre que defienda la causa de la gracia sin infligir daño a la justicia de Dios y sin quitar el libre albedrío
a lo que es malo.13
En vista de este argumento claro e inequívoco, sin duda ha llegado el momento, después de cuatrocientos años, de ‘retirar los cargos’ del pelagianismo contra Jacobo Arminio. No se puede negar que existen afinidades entre lo que Agustín y Arminio enseñaron
sobre el pecado, la gracia y la salvación, y si nos guiamos por las frecuentes y aprobadas
citas de Agustín que hace Arminio, él no habría querido negar esas afinidades. Tanto el
obispo de Hipona como el pastor de Ámsterdam, y más tarde profesor de Leiden, eran
teólogos de la gracia. Es la gracia de Dios en Cristo, mediada por el Espíritu Santo, la única causa suficiente y eficaz de nuestra salvación. Por esa razón, ambos maestros subrayaron la importancia de predicar el evangelio, ya que es en el evangelio donde nosotros, los pecadores, escuchamos las buenas nuevas de la gracia salvadora. Pero las
diferencias entre Agustín y Arminio son igualmente importantes. Aunque Arminio
sostenía, al igual que Agustín, una doctrina sobre la jefatura de Adán y el pecado original, no enseñaba ninguna teoría particular sobre el origen del alma o de la concupiscencia como medio de transmisión del pecado. Del mismo modo, Arminio no tenía ninguna doctrina sobre la condenación de los niños no bautizados 14 y, en particular, el ordo salutis que lleva su nombre, rechazaba los dogmas de la expiación limitada y la predestinación absoluta. Ya fuera o no su intención deliberada, Arminio construyó un sistema doctrinal que, por un lado, repudia claramente el pelagianismo y, por otro, repudia igualmente el calvinismo supralapsario. Como se ha argumentado anteriormente en este artículo, el arminianismo de Jacobo Arminio puede describirse adecuadamente como calvinismo revisionista
En su libro El gran debate: calvinismo, arminianismo y salvación, Alan Sell concluye
que ‘en aspectos importantes, Arminio no era arminiano’.15 Sell se refiere a las diferencias marcadas entre las doctrinas de Arminio y las de algunos arminianos ingleses de los siglos XVII y XVIII. Esta diferencia se aprecia muy claramente al comparar las enseñanzas de Arminio sobre el pecado original con las de Daniel Whitby (1638-1726). Cómo declarado arminiano anglicano, quien escribió enérgicamente contra el calvinismo en su Discurso sobre los cinco puntos, Whitby declaró sin embargo que ninguna persona sensata podía creer al mismo tiempo en las doctrinas contradictorias del pecado heredado y la condenación eterna.16 Por interesante que sea rastrear la doctrina del pecado original en los escritores arminianos de los siglos XVII y XVIII, sean tanto continentales como ingleses, nuestro interés está con las enseñanzas de los escritos de John Wesley. Ya en 1730, John Wesley mostraba un marcado interés por la hamartiología. En diciembre de ese año había leído dos obras de William King (1650-1720) y las comentó
con su padre Samuel por carta.17 Una de ellas era El origen del Mal, que decepcionó
enormemente a Wesley. King no prestó atención al relato del Génesis sobre la Caída, ni
tenía ninguna doctrina sobre el pecado de Adán que afectara a la raza humana. Wesley
descartó el racionalismo de King como estoicismo con otro nombre. Es interesante que la obra de King, ahora casi totalmente olvidada, haya sido resucitada y aprobada como
ejemplo del optimismo del siglo XVIII por John Hick.18
Una de las primeras apologías de Wesley sobre el metodismo fue su obra de 1742, Los
principios de un metodista, en la que esbozaba su comprensión del pecado original y la
salvación por la gracia.
«Creo en la justificación solo por la fe… Estoy firmemente convencido de que todos
los descendientes de Adán están muy lejos de la justicia original y, por su propia naturaleza, se inclinan hacia el mal; esta corrupción de nuestra naturaleza que está en todas las personas que nacen en el mundo, merece la ira y la condenación de
Dios; y, por lo tanto, si alguna vez recibimos la remisión de nuestros pecados y
somos considerados justos ante Dios, debe ser solo por el mérito de Cristo, por la
fe«.19
En la primera conferencia que Wesley convocó con sus predicadores en 1744, se planteó la cuestión de cómo la raza humana incurre en el pecado de Adán. La respuesta acordada fue:
En Adán todos mueren; es decir, (1.) Nuestros cuerpos se volvieron mortales. (2.)
Nuestras almas murieron; es decir, se separaron de Dios. Y por lo tanto, (3.) Todos
nacemos con una naturaleza pecaminosa y diabólica. Por esta razón, (4.) Somos
hijos de la ira, susceptibles de la muerte eterna.20
Cuando publicó su sermón de 1760, El nuevo nacimiento, volvió a prestar especial
atención al pecado original.
En Adán todos murieron, toda la humanidad, todos los hijos de los hombres que
entonces estaban en los lomos de Adán. La consecuencia natural de esto es que
todos los descendientes de Adán vienen al mundo espiritualmente muertos, muertos
para Dios, totalmente ‘muertos en pecado’, completamente desprovistos de la vida
de Dios, desprovistos de la imagen de Dios, de toda la justicia y santidad con que
fue creado Adán. En lugar de esto, todo hombre que nace en el mundo lleva ahora la
imagen del diablo, en orgullo y obstinación; la imagen de la bestia, en apetitos y
deseos sensuales.21
En la década de 1760 Wesley propuso una especie de unión fraternal entre el clero
evangélico del país, una unión entre aquellos que estuvieran de acuerdo con las ‘tres
grandes doctrinas fundamentales’: el pecado original, la justificación por la fe y la vida ensantidad.22 Cuando publicó sus Notas explicativas sobre el Antiguo Testamento en 1765, añadió un prefacio en el que ofrecía una especie de hermenéutica para comprender las Escrituras. ‘Presta atención constante a la analogía de la fe, a la conexión y armonía que existe entre estas grandes doctrinas fundamentales: el pecado original, la justificación por la fe, el nuevo nacimiento y la santidad interior y exterior’.23
Fue su controversia con el Dr. John Taylor, en la década de 1750, lo que le dio a John
Wesley la oportunidad de defender lo que él creía que era la doctrina ortodoxa del pecado original, claramente expresada en el artículo IX de los Treinta y nueve artículos, y titulada ‘Del pecado original o de nacimiento’.
El pecado original no consiste en seguir a Adán (como dicen vanamente los
pelagianos), sino que es la culpa y la corrupción de la naturaleza de todo hombre,
que se engendra naturalmente de la descendencia de Adán; por lo cual el hombre
está muy lejos de la justicia original y, por su propia naturaleza, se inclina hacia el
mal… y, por lo tanto, toda persona que nace en este mundo merece la ira y la
condenación de Dios.
En 1740, John Taylor publicó La doctrina bíblica del pecado original propuesta para un
examen libre y sincero. Negando que el pecado de Adán fuera de ninguna manera transmitido a la raza, ya sea seminal o judicialmente, Taylor se propuso demostrar que la
única consecuencia del pecado de Adán es la muerte física. Todos pecamos en la práctica y solo seremos juzgados por nuestros propios pecados, que no tienen relación alguna con el pecado original de Adán. A Wesley le preocupaba enormemente que ningún erudito ortodoxo hubiera intentado responder a lo que él llamaba el ‘veneno mortal’ de Taylor. Se tomó nueve semanas de descanso de su ajetreada itinerancia, se retiró a la casa de un amigo en el sur de Londres y escribió su respuesta, La doctrina del pecado original según las Escrituras, la razón y la experiencia. Publicada en 1757, tenía quinientas veintidós páginas y fue el tratado más largo que publicó Wesley. En 1759 le siguió su sermón Sobre el pecado original, un resumen de la obra más extensa. Tomó Génesis 6:5 como texto: ‘Dios vio que la maldad del hombre era grande en la tierra’, y definió la doctrina ortodoxa del pecado original. ‘Las Escrituras afirman que “por la desobediencia de un solo hombre, todos los hombres se constituyeron pecadores”, que “en Adán todos murieron”, murieron espiritualmente, perdieron la vida y la imagen de Dios… en consecuencia, nosotros, al igual que los demás hombres, estábamos por naturaleza muertos en delitos y pecados, sin esperanza y sin Dios en el mundo, y por lo tanto hijos de la ira’.24 Wesley no tiene ninguna duda de que esta es la enseñanza innegable de las Escrituras y de los Artículos de la Iglesia. Esta doctrina es ‘la única gran diferencia fundamental entre el cristianismo y el paganismo más refinado… Por lo tanto, todos los que niegan esto —llámese ‘pecado original’ o cualquier otro nombre— no son más que paganos en el punto fundamental que diferencia al paganismo del cristianismo’.25 En el último año de su vida, 1790, Wesley publicó su sermón Tesoro celestial en vasos de barro, y en la introducción sostiene que toda la humanidad ha perdido la imagen de Dios, porque ‘en Adán todos murieron’.26
Este repaso de los escritos de John Wesley, que abarca seis décadas de su vida y obra, ha proporcionado amplias pruebas de la importancia de la doctrina del pecado original en su comprensión de la fe cristiana. Wesley creía apasionadamente que la había encontrado en las Escrituras, en los teólogos ortodoxos de todas las épocas de la Iglesia, estaba dispuesto a defenderla basándose en la revelación, la razón y la experiencia, y concluía que cualquier negación de esta doctrina equivalía a una negación misma de la fe.
¿Qué entendía Wesley por esta doctrina? En primer lugar, cabe señalar que, aunque
Wesley utilizó el término ‘pecado original’, la mayoría de los pasajes eran encontrados en
su tratado contra John Taylor. Pero la escasez de referencias al término propiamente
dicho en sus otros escritos no debe interpretarse como una disminución de la insistencia de Wesley en esta ‘una de las tres grandes doctrinas fundamentales’ del cristianismo ortodoxo. Años después de la controversia con Taylor, define el pecado original como ‘la propensión al mal que se encuentra en todos los hijos de hombre’ 27 y sostiene que no hay forma de explicar la maldad universal, excepto ‘sobre la suposición del pecado original’.28 En sus escritos se encuentran con frecuencia otras descripciones de la humanidad caída que significan lo mismo: ‘corrupción innata’, ‘pecado innato’ y ‘naturaleza pecaminosa corrupta’.
Wesley interpretó el pecado original de una manera que podría describirse como casi
agustiniana. Adán era el representante de la raza y en él murió toda la raza. Aunque
admite que las palabras ‘representante’ y ‘cabeza federal’ no se encuentran en las
Escrituras, Wesley insiste en que representan la enseñanza bíblica. ‘Lo que quiero decir
es esto: el estado de toda la humanidad dependía tanto de Adán que, con su caída, todos cayeron en el dolor, el sufrimiento y la muerte, tanto espiritual como temporal. Y todo esto no es en modo alguno incompatible con la justicia o la bondad de Dios, siempre que todos puedan recuperar a través del segundo Adán lo que perdieron a través del primero’.29 Wesley no planteó la cuestión de si la justicia de Dios se ve realmente impugnada en la doctrina de la muerte espiritual universal a través de las consecuencias de la transgresión de Adán, a menos que haya vida eterna conferida a todos universalmente a través de Cristo
Wesley fue más allá para explicar lo que entendía por representación. Tanto Adán comovCristo representan a la raza humana y su liderazgo debe entenderse de forma conjunta. Así como Adán era una persona pública y actuaba en nombre de toda la humanidad, Cristo también era una persona pública y actuaba en nombre de todo su pueblo; así como Adán fue el primer representante general de la humanidad, Cristo fue el segundo y el último; lo que cada uno de ellos hizo en esta capacidad no tenía por objeto terminar en ellos mismos, sino afectar a todos aquellos a quienes representaban».30 Más adelante, citando 1 Corintios 15:22, «En Adán todos mueren», razonó:
‘En Adán’, o a causa de su caída, ‘todos’ los hombres, en todas las épocas, ‘mueren’; por consiguiente, en él todos pecaron. Con él, todos cayeron en su primera transgresión. El hecho de que todos nacieran sujetos al castigo legal
demuestra que él es el jefe federal, así como el jefe natural de la humanidad; cuyo
pecado se imputa a todos los hombres, de tal manera que nacen ‘hijos de la ira’ y
culpables de muerte. 31
Aunque los argumentos expuestos en su Doctrina del pecado original… estaban
determinados en gran medida por la tesis de Taylor, Wesley adoptó un enfoque diferente en su sermón Sobre el pecado original. Su objetivo era claramente el optimismo ilustrado sobre la humanidad y, por supuesto, consideraba a John Taylor como portavoz de ese optimismo erróneo. Tras describir gráficamente la maldad del mundo antediluviano, lo comparó con la rebelión universal contemporánea contra Dios. La causa fundamental es que, desde Adán, venimos al mundo espiritualmente ciegos y muertos, y totalmente incapaces de conocer a Dios a menos que seamos asistidos por la gracia. Si dos bebés fueran criados sin ninguna instrucción religiosa (si fuera posible, sin ninguna influencia del Espíritu de Dios), entonces, dice Wesley, ‘no sabrían más de Dios que las bestias del campo… Tal es la religión natural, abstraída de la tradición y de la influencia del Espíritu de Dios’. 32 La prueba de esta depravación total es la idolatría universal, la obstinación y el amor al mundo que se manifiestan en todas partes. La maldad puede ser refrenada por las leyes, las prohibiciones y el temor al castigo, pero llena el corazón de cada ser humano y esclaviza su voluntad hasta que es extirpada por la gracia divina.
Hasta ahora, la interpretación de Wesley podría calificarse acertadamente de federalismo agustiniano, y él mismo confesó que el verdadero evangelio se acerca ‘por muy poco’ al calvinismo. 33 Pero, a diferencia de Agustín, que defendía con tanta coherencia la transmisión seminal del pecado original, Wesley admitió con franqueza que no sabía cómo se propagaba el pecado. ‘El hecho lo conozco, tanto por las Escrituras como por la experiencia. Sé que se transmite, pero cómo se transmite, no lo sé, ni deseo saberlo’. 34 Wesley también se apartó de Agustín al negar la culpa imputada. Aunque parece vacilar entre entender el pecado original como una corrupción del alma y como un desorden del espíritu humano por haber perdido el Espíritu que mora en él, estaba seguro de que no se nos imputa la culpa de Adán. Esto se debe a la gracia preveniente, el ‘don gratuito’ de Romanos 5:15-17, que viene ‘sobre todos los hombres para la justificación de la vida’. A medida que Wesley desarrollaba su comprensión del pecado y la gracia en contra de las afirmaciones del calvinismo, daba cada vez más importancia a la gracia preveniente. Su doctrina del pecado original, cercana a la de Agustín, no le llevó a reconocer la culpa imputada ni la predestinación incondicional, y creía firmemente que era su interpretación de la gracia preveniente la que le permitía evitar, por un lado, el pelagianismo y, por otro, el calvinismo. En su largo tratado La predestinación calmadamente considerada, explicó en qué se diferenciaba de los calvinistas. ‘Admito que el pecado que Adán cometió en el paraíso se imputa a todos los hombres; sí, que por esta razón “toda la creación gime y sufre dolores de parto hasta ahora”. Pero no admito que nadie sea condenado solo por esto, hasta que me muestres dónde está escrito. Tráeme una prueba clara de las Escrituras y me someteré; pero hasta entonces lo niego rotundamente’.35
Durante veinticinco años mantuvo la misma convicción:
Que ‘por la ofensa de uno, el juicio vino sobre todos los hombres para condenación’
es una verdad indudable, y afecta a todos los niños, así como a todos los adultos.
Pero es igualmente cierto que ‘por la justicia de uno, el don gratuito vino sobre
todos los hombres para justificación’. Por lo tanto, ningún niño jamás fue o será enviado al infierno por la culpa del pecado de Adán, ya que este es cancelado por la justicia de Cristo tan pronto como son enviados al mundo.36
La doctrina de Wesley sobre la gracia preveniente también tuvo implicaciones muy
significativas en su forma de entender, al mismo tiempo, las doctrinas del pecado original y el libre albedrío. Wesley atribuyó toda la libertad de elección que poseen los hombres y mujeres caídos a las acciones de la gracia. ‘No entiendo el libre albedrío natural, en el estado actual de la humanidad: solo afirmo que hay una medida de libre albedrío restaurada sobrenaturalmente a cada hombre junto con esa luz sobrenatural que “ilumina a todo hombre que viene al mundo”’. 37 Cuando sus oponentes lo acusaron de negar el libre albedrío, mientras que John Fletcher supuestamente lo afirmaba, Wesley respondió: ‘Tanto el Sr. Fletcher como yo negamos absolutamente el libre albedrío natural. Ambos aseguramos firmemente que la voluntad del hombre es, por naturaleza, libre solo para el mal. Sin embargo, ambos creemos que a cada hombre se le restaura una medida de libre albedrío por la gracia’. 38 Wesley se esforzaba por mantener unida la doctrina de la caída del hombre y la capacidad de la humanidad caída, por la cual el don de la gracia permite responder a la gracia. Y, al igual que Arminio, Wesley fue siempre un teólogo de la gracia. ‘Siempre, durante estos treinta o cuarenta años, he afirmado claramente la caída total del hombre y su absoluta incapacidad para hacer el bien por sí mismo; la necesidad absoluta de la gracia y el Espíritu de Dios para suscitar siquiera un buen pensamiento o deseo en nuestros corazones’. 39 Aunque la gracia preveniente no es gracia justificadora, es la capacidad que Dios da al pecador para responder a una gracia mayor. Es, por lo tanto, un don sobrenatural de Dios, y da a cada ser humano ese poder de elección que es el requisito previo para toda responsabilidad moral.
Aunque se puede demostrar que John Wesley había leído la Declaración de Sentimientos de Arminio ya en 1731, no se describió a sí mismo como arminiano hasta 1770. Esto se debió casi con toda seguridad a que el término se había vuelto lo suficientemente impreciso como para describir cualquier protesta contra el calvinismo, incluso la impulsada por socinianos como John Taylor. Pero en la década de 1770, Wesley se vio obligado a adoptar una postura doctrinal más definitiva y lanzó su revista mensual Revista Arminiana. En su breve tratado, ¿Qué es un arminiano? defendió tanto el arminianismo como a Arminio. A los arminianos se les suele acusar de negar el pecado original y la justificación por la fe, pero ambas acusaciones son falsas. ‘Con respecto a estas acusaciones, se declaran inocentes. Son totalmente falsas. Ningún hombre que haya vivido jamás, ni siquiera el propio Juan Calvino, ha afirmado el pecado original o la justificación por la fe en términos más fuertes, claros y expresos que Arminio’. 40 Y podríamos añadir que, con argumentos muy similares a los de Arminio, John Wesley afirmó clara y expresamente tanto el pecado original como la justificación por la fe.
Existe una doctrina muy reconocible y definible del pecado original que puede designarse como arminiano- wesleyana.
En un aspecto importante, John Wesley llevó la doctrina del pecado original mucho más
allá de lo que Arminio había definido. Esto estaba relacionado con su doctrina de la santidad bíblica. Arminio definió que la santificación:
‘Es un acto misericordioso de Dios, por el cual purifica al hombre que es pecador y,
sim embargo creyente, de la oscuridad que proviene de la ignorancia, del pecado
que habita en él y de sus lujurias o deseos, y lo imbuye del Espíritu de
conocimiento, justicia y santidad… Esta santificación no se completa en un solo
momento; pero el pecado, de cuyo dominio hemos sido liberados a través de la cruz
y la muerte de Cristo, se debilita cada vez más por las pérdidas diarias, y el hombre
interior se renueva cada día más y más’. 41
Wesley fue claramente más allá que Arminio en su convicción de que la salvación en
Cristo es la salvación del pecado, y de todo pecado, interno y externo, en esta vida.
Cuando se subió al púlpito de St Mary’s, Oxford, diecisiete días después de su
conmovedora experiencia en Aldersgate, su tema fue La salvación por la fe. Esta ‘gran
salvación’ significa ser ‘salvado del pecado… Jesús salvará a su pueblo de sus pecados…
A todos los que crean en él, los salvará de todos sus pecados, del pecado original y actual, pasado y presente, de la carne y del espíritu».42
Veintinueve años después, Wesley seguía insistiendo en la posibilidad de la liberación de todo pecado en esta vida. En su sermón El arrepentimiento de los creyentes, cita o hace referencia a toda una serie de pasajes de las Escrituras para demostrar que el pecado persiste incluso en los justificados. Siguiendo este argumento simul justus et peccator, categorizado en términos de orgullo, obstinación, amor al mundo, ira y ‘el mal que se adhiere a todas nuestras palabras y acciones’, Wesley afirma: ‘Todos los hijos de Dios dispersos por el mundo están de acuerdo… [en que] con toda la gracia que se nos da en la justificación no podemos extirparlos… Es seguro que no podemos, hasta que a nuestro Señor le plazca hablar de nuevo a nuestros corazones, decir por segunda vez: “Sed limpios”. Y solo entonces “la lepra será purificada”. Solo entonces la raíz del mal, la mente carnal, será destruida, y el pecado innato dejará de existir’. 43
En la última década de su vida, esta característica teológica no había cambiado. Hablando en 1784 de las etapas del crecimiento espiritual que se encuentran más allá de la justificación, en términos de los ‘niños pequeños jóvenes y padres’ de 1 Juan, Wesley
anima a su pueblo a buscar esa plenitud de salvación del pecado interior que ha sido su
evangelio durante medio siglo. ‘En la misma proporción en que crece en la fe, crece en
santidad; aumenta en amor, humildad, mansedumbre, en cada parte de la imagen de Dios; hasta que agrada a Dios, después de estar completamente convencido del pecado innato, de la corrupción total de su naturaleza, quitarlo todo, purificar su corazón y limpiarlo de toda injusticia».44 Estas tres selecciones de sus sermones, en 1738, 1767 y 1784, muestran de manera concluyente que John Wesley nunca vaciló en su convicción de que la salvación en esta vida significa la salvación del pecado, de todo pecado, incluido el pecado interior. Sin embargo, lo que se ha desarrollado es la insistencia de Wesley en la primacía del amor. Es el amor de Dios en el alma lo que ‘excluye’ o ‘expulsa’ el pecado, y es el amor que gobierna el corazón y la vida lo que constituye el punto de
referencia de la santidad. Cada vez más, en su exposición de la santidad cristiana, Wesley hablaba del pecado original en términos de sus manifestaciones en la vida del cristiano; sus atribuciones favoritas eran el orgullo, la obstinación y el amor al mundo.45 Estos describen una disposición espiritual, una mentalidad carnal, y en este contexto Wesley entiende la santificación completa como ‘el amor que excluye el pecado’. 46 La santidad bíblica es amor perfecto; es una nueva disposición, una nueva armonía del espíritu, una nueva mentalidad, por así decirlo, que sustituye a la antigua. Amar a Dios con todo el corazón, el alma y la mente es no dejar lugar a disposiciones contrarias.
La doctrina de John Wesley sobre el pecado original era parte integral de un ordo salutis
que le permitía enfatizar, como lo hace la Escritura, tanto la excesiva pecaminosidad del
pecado como la plena liberación de su poder en esta vida. Su énfasis en el pecado, tanto
como corrupción heredada como culpa adquirida, lo salvó del pelagianismo. Su énfasis
en el amor y la gracia universales de Dios lo salvó del calvinismo. Su énfasis en ‘la fe
que obra por el amor’ lo salvó del antinomianismo. Y su énfasis en la santidad cristiana
como el amor de Dios y del hombre lo salvó del fariseísmo. Esencialmente arminiano en
su comprensión del pecado, la gracia y la salvación, es decir, el arminianismo de Jacobo
Arminio, Wesley avanzó la doctrina de la santificación más allá de los límites de
Arminio. En conclusión, las pruebas demuestran que tanto Arminio como Wesley dieron
un lugar importante a la doctrina de la pecaminosidad heredada. Su explicación de esta
doctrina del pecado original puede describirse como casi agustiniana, pero sus diferencias distintivas con respecto a la posición de Agustín forman parte del marco del
wesleyanismo arminiano.
1. Bangs, Carl. Arminio: A Study in the Dutch Reformation (Nashville: Abingdon Press, 1971), 25-80.
2. Las obras de James Arminio, 3 vols., trad. James Nichols (Londres: Longman, Rees, Orme, Brown, y Green, 1825), 1:545
3. Arminio, Obras, 2:151.
4. Ibid, 716.
5. Ibid, 156.
6. Ibid, 374, 375.
7. Ibíd., 158-162.
8. Calvino, Juan. Instituciones de la religión cristiana, vol. 1, trad. H. Beveridge (Londres: James C. Clark,
1962), 209-264.
9. Cunningham, W, Teología histórica (Edimburgo: Banner of Truth Trust, 1969), 387-389
10. Arminio, Obras, 2:192.
11. Ibíd., 194.
12. Ibid, 629, 637
13. Arminio, Obras, 2:700,701.
14. Ibíd., 10-14
15. Sell, A P F, The Great Debate: Calvinism, Arminianism and Salvation (El gran debate: calvinismo, arminianismo y salvación), (Grand Rapids: Baker Book House, 1983), 97.
16. Referenciado por R Stromberg, Liberalismo religioso en la Inglaterra del siglo XVIII, (Oxford OUP,
1954), 112.
17. Wesley, John. Las obras de John Wesley [«Edición bicentenaria»] (Nashville: Abingdon Press), 25:257-
258; 264-267; en adelante, Obras [BE].
18. Hick, John. El mal y el Dios del amor (Londres, 1979), 151.
19. Wesley, Las obras de John Wesley (Londres: Wesleyan Methodist Book Room, 1872), 8:361; en adelante, Obras.
20. Ibid, 277.
21. Wesley, Obras [BE], 2:190.
22. Wesley, Las cartas de John Wesley: Edición estándar (Londres: The Epworth Press, 1931), 4:146. Wesley,
23. Obras, 14:253.
24. Wesley, Obras [BE], 2:173. Ibíd.,
25. 183.
26. Wesley, Obras [BE], 4:162.
27. Wesley, Cartas, 6:49.
28. Wesley, Cartas, 5:327.
29. Wesley, Obras, 9:332.
30. Ibid, 333.
31. Ibid, 427.
32. Wesley, Obras [BE], 2:178.
33. Wesley, Obras, 8:284.
34. Wesley, Obras [BE], 26:519; también Obras, 9:335.
35. Wesley, Obras, 10:223.
36. Wesley, Cartas, 6:239, 240.
37. Wesley, Obras, 10:229, 230.
38. Ibid, 392.
39. Wesley, Cartas, 5:231.
40 Wesley, Obras, 10:359.
41. Arminio, Obras, 2:409, 410.
42. Wesley, Obras [BE], 1:122.
43.Ibíd., 346
44. Wesley, Obras [BE], 3:175, 179.
43. Ibid, 350-352.
46. Wesley, Cartas, 4:192.







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