El debate actual.
Durante más de diecinueve siglos, el pueblo judío ha sido objeto de desprecio y sospecha. Lo que se ha dado en llamar «teología del reemplazo» se percibe ampliamente como una de las causas de esta actitud.1 Según este concepto, Israel ha sido repudiado por Dios y ha sido sustituido por la Iglesia en la realización de su plan.2 Una variante de esta idea es que el verdadero Israel siempre ha sido la Iglesia.3
De los escritos del Nuevo Testamento se desprende claramente que mucho de lo que antes era cierto para Israel lo es de hecho para la Iglesia. Israel gozaba de una relación especial con Dios basada en la elección, y lo mismo ocurre con la Iglesia. Al igual que Israel fue llamado a ser luz de las naciones, Cristo ha confiado a la Iglesia un mandato misionero. También parece claro que la decisión de Jesús de elegir a doce discípulos tenía el propósito de convencer a Israel de que la continuación de la historia de la salvación, durante el período que comenzó con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, iba a estar vinculada principalmente con la Iglesia . Así pues, nadie puede negar que la Iglesia está en continuidad con Israel en la realización del plan de Dios. La cuestión es si esto implica el cese de la condición electiva especial de Israel y, por tanto, el eclipse de su importancia en la historia de la salvación. A esta afirmación nos referiremos cuando utilicemos la expresión «teología de la reemplazo» en las páginas siguientes.
Según algunos estudiosos, las raíces de la teología del reemplazo se encuentran en el Nuevo Testamento. Según otros, su origen hay que buscarlo en la época postapostólica. ¿Cuál de estas dos posturas es la correcta? ¿Puede demostrarse que el propio Nuevo Testamento enseña el cese de la elección especial de Israel ahora que Dios está llamando a su pueblo de todas las naciones, o que formar parte del verdadero Israel no implica una relación física con Abraham?
Si la teología del reemplazo se enseña en el Nuevo Testamento, debemos aceptar este concepto como un aspecto de la ortodoxia cristiana o adoptar una actitud crítica hacia los propios escritos neotestamentarios. Por otra parte, si resulta que la teología del reemplazo se desarrolló en tiempos postapostólicos, cabría esperar que su aceptación en la tradición cristiana modificara también otros aspectos de la teología cristiana.
Para centrar nuestra investigación, es útil recordar que la teología del reemplazo fue la postura mayoritaria en la cristiandad desde la época posapostólica hasta mediados del siglo XIX. Sin embargo, sólo tres meses después de la fundación del moderno Estado de Israel en mayo de 1948, la Primera Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias emitió un cauteloso repudio del concepto.4 En declaraciones posteriores procedentes de círculos ecuménicos se ha admitido, implícita o abiertamente, que la Iglesia tuvo parte de culpa en el Holocausto debido al fomento de actitudes antijudías a través de su teología del reemplazo.5 En 1965, en el contexto del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica Romana también hizo una declaración,6 considerada por Jaroslav Pelikan como «la afirmación cristiana oficial más contundente de la permanencia de la alianza con Israel, al menos desde los capítulos noveno, décimo y undécimo de la Epístola a los Romanos».7
El repudio oficial de la teología del reemplazo implicaba la necesidad de reflexionar sobre el origen del concepto. Una contribución influyente a este debate fue la realizada por la erudita católica romana Rosemary R. Ruether con la publicación de su libro Faith and Fratricide (Fe y fratricidio).8 Según Ruether, la cristología fue el factor clave en el desarrollo del antijudaísmo cristiano.9 La forma en que Ruether construye su caso muestra la importancia de distinguir entre «evangelio» y «bordado teológico». 10 De hecho, la forma de cristología criticada por Ruether está teñida por la escatología realizada de siglos posteriores, en particular la pretensión de la Iglesia de ser la expresión normativa del Reino de Dios.
Diversas reacciones a la obra de Ruether se publicaron juntas bajo el título Anti-Semitism and the Foundations of Christianity (El antisemitismo y los fundamentos del cristianismo).11 En su prefacio a este libro, James Parkes escribió: «los fundamentos del antisemitismo, y la responsabilidad del holocausto, residen en última instancia en el Nuevo Testamento». 12
Sin embargo, John Meagher, autor del primer ensayo, no está de acuerdo con él. Aunque admite que hay algo muy erróneo en la forma en que la teología cristiana entiende a los judíos, cree que su función era «blanquear y justificar un antagonismo que surgía principalmente de otras fuentes».13 Monika K. Hellwig14 también niega que el antisemitismo tenga sus raíces en la cristología del Nuevo Testamento. Afirma: «Se trata más bien de una serie de supuestos etnocéntricos incuestionables que surgen de los patrones particulares de nuestra historia (anacrónicamente) para volver a leer en la historia de Jesús y en la doctrina que él es Cristo y Señor [y que esto implica] un final divinamente ordenado de la alianza de Israel, dando paso a la nueva era de la alianza de los cristianos.»15
El debate ha continuado hasta nuestros días. En una importante contribución, Jeffrey Siker rastrea el uso que se hace de Abraham en los escritos neotestamentarios y postapostólicos hasta la época de Justino Mártir.16 Concluye que algunos escritos del Nuevo Testamento, en particular el Evangelio de Juan, anticipan lo que se convirtió en la interpretación común: que la inclusión de los gentiles en la nueva alianza implica la exclusión de los judíos.17 Examinaremos las pruebas del Evangelio de Juan más adelante en este capítulo. Llegados a este punto, basta con mencionar que, al considerar las pruebas del Nuevo Testamento, es importante tener en cuenta que el particularismo judío y el propósito universal de Dios ya coexisten en la promesa de Dios a Abraham, tal como se recoge en Génesis 12:1- 3. De ello se desprende también que el énfasis en uno u otro de los dos aspectos de la nueva alianza no puede ser considerado como un hecho aislado. De ello se desprende también que el énfasis en el particularismo judío o en el propósito universal de Dios para la humanidad en otro lugar de las Escrituras no implica en sí mismo la exclusión del otro aspecto.
En otra obra importante publicada casi al mismo tiempo que el libro de Siker, James Dunn sostenía que la mayor parte, si no la totalidad, del conflicto entre la Iglesia y la Sinagoga atestiguado en el Nuevo Testamento era en realidad un debate interno comparable a otros debates de este tipo dentro del judaísmo del Segundo Templo.18 Sin embargo, reputados teólogos evangélicos siguen considerando axiomática alguna forma de teología del reemplazo para una correcta interpretación de las Escrituras.19 Por este motivo, y teniendo en cuenta el papel de este concepto en el desarrollo general del pensamiento cristiano,21 conviene volver a examinar las pruebas de su origen en tiempos apostólicos y posapostólicos. En el presente capítulo examinaremos algunos pasajes del Nuevo Testamento que se considera que contienen pruebas de la teología de la sustitución. En el capítulo siguiente examinaremos las tensiones que se desarrollaron entre la Iglesia y los judíos incrédulos en los años que siguieron a la fatídica guerra judía del 66-70 d.C., así como los escritos poscanónicos, que comienzan con el pseudo Bernabé y terminan con Orígenes.21 (Primera parte)
– Ronald E. Diprose
ISRAEL THE ORIGINS AND EFFECTS OF REPLACEMENT THEOLOGY.
(ISRAEL ORÍGENES Y EFECTOS DE LA TEOLOGÍA DEL REEMPLAZO).
1. Para un estudio útil del complejo fenómeno del antisemitismo, véase Gavin I. Langmuir, History, Religion, and AntiSemitism, (Los Ángeles: Center for Medieval and Renaissance Studies, 1990).
2. Véase Hans Ucko, Common Roots New Horizons, (Ginebra: WCC Publications, 1994), pp. 28- 29. El término «teología de la sustitución» (cf. «supersesionismo cristiano») es relativamente nuevo en la teología cristiana.
3. Esto se resume en la descripción que hace Justino Mártir de la Iglesia como «la verdadera raza israelita» (Diálogo con Trifón, cxxxv [PG 6: 788]).
4. Véase TCJP, pp. 5-9. Parte de esta afirmación se reproduce al final del capítulo 1.
5. Entre los grupos eclesiásticos que han elaborado este tipo de declaraciones se encuentran: El Sínodo de la Iglesia Evangélica en Alemania (abril de 1950), la Iglesia Reformada Neerlandesa (mayo de 1951), el Sínodo General de la Iglesia Reformada Neerlandesa (junio de 1970), la Conferencia General de la Iglesia Metodista Unida en EE.UU. (1972), la Convención General de la Iglesia Luterana Americana (octubre de 1974), el Consejo de la Iglesia Evangélica en Alemania (mayo de 1975), la Junta Central de la Federación Protestante Suiza (mayo de 1977), la Conferencia Episcopal Noruega (noviembre de 1977), el Sínodo de la Iglesia Evangélica de Renania, Alemania (enero de 1980), la Conferencia de Iglesias de Texas (enero de 1982), el Sínodo de la Iglesia Evangélica de Berlín Occidental (mayo de 1984) y la Asamblea General de la Iglesia Presbiteriana de EE.UU. (junio de 1987). Todas estas declaraciones pueden consultarse en TCJP, 47- 120. Además, en Kirche und Israel 5 (1990) se publicó una declaración de «principios» para el diálogo judeo-cristiano, elaborada por la Asamblea Principal de la Alianza Reformada en mayo de 1990: 88- 91, mientras que una Consulta sobre la Iglesia y el Pueblo Judío del CMI (4 de noviembre de 1988) elaboró una declaración titulada: «Las Iglesias y el Pueblo Judío: Hacia un nuevo entendimiento», adoptada en Sigtuna, Suecia (IBMR 13/4 [1989]: 152-154).
6. «Nostra Aetate» párr. 4, en Tutti i documenti del Concilio, (Roma: U.C.I.I.M., 1972), pp. 534- 537.
7. Pelikan, Tradición, 5: 334.
8. Rosemary R. Ruether, Faith and Fratricide: The Theological Roots of Anti-Semitism, (Nueva York: Seabury Press, 1974), especialmente pp. 64- 116.
9. Ruether escribe: «En la tradición sinóptica, los midrashim mesiánicos y antijudaicos surgieron como dos caras de un mismo desarrollo» (Fratricidio, p. 64).
10. Gregory Baum O.S.A., ¿Es antisemita el Nuevo Testamento? (Glen Rock, N.J.: Paulist Press, 1960; ed. revisada 1965), p. 17.
11. Anti-Semitism and the Foundations of Christianity, Alan T. Davies (ed.), (Nueva York: Paulist Press, 1979), presentado a James Parkes, con motivo de su octogésimo cumpleaños.
12. Ibid., «Prefacio», p. x.
13. John C. Meagher, «As the Twig was Bent: Anti-Semitism in Greco-Roman and Earliest Christian Times» (ibíd., p. 23). David P. Efraymson, «The Patristic connection», (ibid., pp. 98- 117), llega a la conclusión contraria: «Los padres eran ‘portadores’, sin duda, y ‘agravadores’ de algo que había nacido antes».
14. Monika K. Hellwig, «Del Jesús de la historia al Cristo del dogma» (ibíd., pp. 118- 136).
15. Ibid., p. 132.
16. Jeffrey S. Siker, Disinheriting the Jews; Abraham in Early Christian Controversy, (Louisville, KY: Westminster/ John Knox Press, 1991).
17. Ibid, pp. 185- 198.
18. James D.G. Dunn, The Partings of the Ways, (Londres: SCM, 1991).
19. Por ejemplo, Edmund Clowney escribe: «En la historia de la revelación, el pueblo de Dios del Antiguo Testamento se convierte en la Iglesia del Mesías» (Edmund P. Clowney, The Church, Contours of Christian Theology, Gerald Bray [ed.], (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1995), p. 29). Así, la Iglesia, de la que se dice que no comenzó sino que se renovó en Pentecostés (ibíd., p. 53), es «el nuevo y verdadero Israel en Cristo» (ibíd., p. 163). Del mismo modo, Colin Chapman escribe: «El único cumplimiento de todas las promesas y profecías ya estaba allí ante [los ojos de los escritores del Nuevo Testamento] en la persona de Jesús» (Colin Chapman, Whose Promised Land? (Berkhamsted, Herts: Lion Publishing, 1983), p. 153). Wayne Grudem, en una breve sección sobre la Iglesia e Israel, hace la siguiente afirmación: «la Iglesia se ha convertido ahora en el verdadero Israel de Dios y recibirá todas las bendiciones prometidas a Israel en el Antiguo Testamento» (Wayne Grudem, Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine, (Leicester: InterVarsity Press, 1994), pp. 859- 862).
20. Véanse los capítulos 4 y 5.
21. Lee Martin McDonald estudia el fenómeno del antijudaísmo en la patrística en «Anti-Judaism in the Early Church Fathers», en Anti-Semitism and Early Christianity, Craig A. Evans y Donald A. Hagner (eds.), (Minneapolis, MN: Fortress Press, 1993), pp. 215- 252.